miércoles, 3 de diciembre de 2008

Los Voluntarios

Los voluntarios

Cuento a partir de interpretación onírica

En el año 2058, luego de que una bebida gaseosa y azucarada a base de vegetales llamada COQA causara la muerte de varias personas que la ingierieron en grandes cantidades, una prestigiosa cadena de laboratorios comenzó a investigar las posibles causas de esas misteriosas muertes. La popular bebida creada hacía ya muchísimos años dejó de distribuirse en los países desarrollados que pudieron sobrevivir a la Gran Crisis que devastó económicamente a gran parte del planeta a partir de la segunda mitad del Siglo XXI. Sin embargo, en aquellos países poco desarrollados, la firma COQA siguió produciendo grandes cantidades de gaseosa que era distribuída en dosis presisas entre la población empobrecida.

El laboratorio S.P.P. & Cía tomó cartas en el asunto luego de que las muertes por ingestión de COQA en cantidades no recomendadas trascendieran las fronteras nacionales, y comenzaran a formar parte de un problema internacional.

Mariana García fue la primer voluntaria que se presentó al aviso que el laboratorio publicó en el

diario con mayor tirada en el país: “Se necesitan al menos dos voluntarios para un riesgoso proyecto científico a cargo de investigadores de primer nivel. Importante recompensa monetaria. Reserva absoluta”.

Su decisión de someterse a un encierro de tres semanas en una superficie cercada por vidrios aislantes, monitoreada las 24 horas por especialistas que le realizaran diversos estudios, muchas veces dolorosos, fue impulsada por su difícil situación personal. Su marido la había dejado luego de su despido de una empresa multinacional que le pagaba una pequeña fortuna por su labor. Así como ella, miles de empleados fueron despedidos luego de la declaración de quiebra declarada por la empresa, consecuencia de la Gran Crisis. Sin trabajo, sin marido y con numerosas deudas que no la dejaban dormir, su único escape, y quizás el más sencillo, era participar de la búsqueda de una cura para la extraña enfermedad. Sabía cuáles eran los riesgos del tratamiento: había altas probabilidades que la muerte la sorprendiera tres semanas después de ingerir únicamente COQA por ese período. Pero no tenía nada que perder.

El otro voluntario era Nicolás Contreras, un joven de unops 28 años, que había nacido en la época y el lugar en que la bebida era consumioda masivamente en zonas carenciadas debido a su bajo costo. Era un muchacho trabajador, sin familia, ni futuro. El escaso salario que ganaba en la fábrica no le alcanzaba para solventar sus gastos más básicos. Entusiasmado por la recompensa de prestar su cuerpo por algunas semanas, se dirigió hacia el laboratorio con la esperanza de quedar seleccionado.

Al momento de la entrevista, los científicos encontraron en Mariana y Nicolás a unos pacientes potencialmente aptos para el proyecto ya que ambos, en algún momento de sus vidas, habían ingerido pequeñas dosis de COQA, y era probable que sus organismos reconocieran los componentes de la bebida. Tras firmar un contrato de responsabilidad por las posibles consecuencias del tratamiento, y, en caso de sobrevivir, las secuelas permamentes que podrían presentarse, los dos quedaron incluídos en el personal que partciparía del proyecto.

Durante la primer semana, ambos pasaban sus horas en el aislamiento total del cubículo herméticamente sellado. Sólo ingerian COQA, alternada con los antídotos y medicamentos que eran otorgados por los doctores a diario. Al final del día, gran cantidad de estudios les eran realizados con el fin de retrasar los efectos fatales del consumo de la bebida en grandes cantidades. Sin embargo, ninguno de los dos sintió nada raro en su cuerpo. El encierro mismo los llevó a pasar largos ratos conversando acerca de sus miedos y sus tristezas, así como también de épocas pasadas y felices que ya no volverán.

En la segunda semana, los cambios comenzaron a hacerse más notables. El aspecto de ambos había desmejorado a tal punto que casi no podían levantarse de sus camas. Sus huesos corroídos, su pìel amarillenta y su abdomen sumamente inflamado eran signos de que algo no andaba bien. Los antídotos, cada vez más potentes y en grandes dosis ya no hacían efecto. Una noche, entre sollozos, Mariana y Nicolás se dieron cuenta que estaban entrando en la tercer semana del tratamiento, sin grandes avances respecto de la cura de la enfermedad.

Los últimos días de la tercera fase fueron devastadores para los voluntarios. A pesar de los antídotos, sus débiles organismos no fabricaban las defensas necesarias para soportar las grandes dosis diarias de COQA que les eran suministradas. La inflamación del abdomen era tal que dificultaba cada vez más su respiración. Ya no había vuelta atrás.

Los científicos dieron por finalizada la investigación en febrero de 2059. Cuando entraron al cubículo, los cuerpos de los voluntarios yacían sin vida sobre sus respectivas camas. Sólo la piel que los recubría se mantenía intacta. El resto, los organos internos, los huesos, literalmente se habían derretido, dejando un charco gelatinoso que empapaba las sábanas y traspasaba el colchón, inundando toda la habitación con un líquido negro que tenía un penetrante y nauseabundo olor.

La cura de la enfermedad nunca se descubrió, ni la COQA fue sacada de circulación en los países pobres del planeta, ni la historia del calvario que tuvieron que soportar Mariana García y Nicolás Contreras había trascendido hasta este momento.

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