En este cuento de Hermes Molaro, puede observarse que se trata de una conversación, más allá de la falta de marcas que caracterizan a los diálogos (guión al comienzo, párrafo aparte cuando habla cada interlocutor, etc.). Tampoco se observan signos de exclamación, y en algunos casos, de interrogación, sino que es el lector quien debe interpretar qué tono estaría utilizando quién habla.
Tanto en el comienzo como en el final, pareciera que se trata de una conversación trivial y casual: el gusardián de las trinieblas y del sol se presenta, hecho que da origen a una serie de preguntas curiosas acerca de cómo es ese trabajo y su finalidad. Al final del cuento da la sensación que quién estaba interrogando al guardián, estaba, de hecho, interrumpiendo su labor: “Que el bien y el mal se apiaden de nosotros. Bueno lo dejo que tengo que seguir trabajando…”.
En ciertos pasajes parece que uno de los interlocutores reflexiona consigo mismo, hace un pensamiento “en voz alta”: “Ajá, nunca escuche hablar a un tipo tan limado, que interesante. Limado. No tiene importancia lo que digo, dígame y para llevar a cabo semejante trabajo, debe de tener poderes importantes”.
Al no dar datos respecto del contexto (marcas espacio temporales) en el que esta conversación se desarrolla, ni datos acerca de el aspecto físico de los interlocutores u otras características de ambos, el autor deja libre la imaginación del lector, para armarse en su mente la situación en la que se encontrarían los dos personajes.
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