miércoles, 12 de noviembre de 2008

Nota de lector: "El hombre que ríe" J. D. Salinger

Dos historias, una real y otra imaginaria, que son contadas en forma paralela dan forma a este relato de Salinger.

La saga del “hombre que rie” que es narrada por el Jefe de los Comanches, no busca ser un relato realístico, sino por el contrario, alimenta la fantasía del grupo de niños que espera con ansiedad un nuevo episodio de esta especie de héroe al que admiran: todos se sienten, de alguna forma, herederos y descendientes del “hombre que ríe”. Las aventuras y desventuras de este ser (no encuentro otra forma de catalogarlo) son contadas paulatina e improvisadamente. Hechos fantásticos, cualidades y poderes extraordinarios son el centro de atención de los comanches.

Por otro lado, pasajes de las experiencias de los Comanches y el enamoramiento del Jefe, John Gedsudski, se entremezclan con la historia inventada. Aparece la figura de Mary Hudson, en principio en forma misteriosa, sólo en una fotografía pegada en el autobús “masculino”. Luego, comienza a integrarse con el grupo: si bien al principio quién narra la historia la ve como una “entrometida”, más adelante comienza a verla como una buena bateadora para su equipo.

La ruptura de Mary Hudson con el jefe de los Comanches coincide con el final de la historia del “hombre que ríe”. En ningún momento se explican los posibles motivos de dicha ruptura, ni se hacen explícitos los sentimientos de John. Sin embargo, sus cambios repentinos de humor, o la pronunciación de palabras soeces delante del grupo de niños, dan cuenta que no se encontraba de ánimo para soportar ni siquiera el silencio que reinaba en el autobus.

El “hombre que ríe” quedó plasmado en la memoria del niño que narra en primera persona: la muerte (¿suicidio?) de su héroe siguió presente en su mente, a tal punto que relaciona un trozo de papel rojo con la máscara que “el hombre que ríe” utilizaba, y el temor de que el relato que lo atrapó durante 1928 pudiese ser real lo invade: “Llegué a casa con los dientes castañándome convulsivamente [...]”.


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